Juego de adultos by Manuel L. Alonso

Juego de adultos by Manuel L. Alonso

autor:Manuel L. Alonso [Alonso, Manuel L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1999-01-20T05:00:00+00:00


7. Un mal encuentro

A MEDIODÍA, lucía el sol y la temperatura había subido unos cuantos grados. Tal vez por eso, en las calles del centro había más gente que nunca. Ramón pensó que había elegido la peor época posible: en vísperas de Navidad, todo el mundo parecía más agresivo. Tal vez era cierto que muchos tenían mejores sentimientos que en el resto del año, pero a la hora de ir de compras se volvían bestias violentas.

Harto de apreturas y empujones, decidió volver al Retiro. Al menos allí se podía respirar y no había tanto ruido.

La mochila, por suerte no muy llena, era una carga molesta pero le vino bien cuando quiso quitarse la prenda de más abrigo. Al guardarla, descubrió algo que había estado acarreando todo el tiempo sin recordarlo: unas bolsas de frutos secos que su madre había insistido en añadir a su equipaje.

«Pero, mamá, si no me lo voy a comer», había dicho él.

«Tú llévatelo, que a lo mejor te viene bien».

¿Bien? ¡Le venía de maravilla! Había cacahuetes, avellanas y almendras. Lástima no tener también algo de chocolate para que el festín fuese más completo.

Se sentó en un banco a la entrada del parque y empezó a comer alternando las bolsas. Pensó en su madre, con un sentimiento de culpa, e inevitablemente también en su padre. Su padre tenía una pequeña empresa de embalajes de la que estaba orgulloso. A menudo contaba que había empezado trabajando en uno de los últimos puestos de una fábrica y que poco a poco se había abierto camino sin ayuda.

«No te fíes de nadie», le aconsejaba siempre. «Nadie te regala nada. Si te dan algo, será porque esperan algo a cambio».

Ramón no estaba de acuerdo. Pensaba que, de entrada, era preferible confiar en los demás. Si no lo merecían, ya habría tiempo para cambiar de actitud.

Otro problema eran las notas. Cuando eran buenas, su padre jamás le felicitaba. Cuando no eran tan buenas, sin embargo, meneaba la cabeza con aquella mirada suya de disgusto y hacía comentarios que a veces le herían. Más de una vez, sus padres habían discutido por aquella cuestión.

«No es bueno presionarle tanto», indicaba la madre.

«¿Quieres que sea un inútil toda su vida? Tendría a quién parecerse».

Pues el tío de Ramón, el hermano menor de su madre, no había trabajado nunca y a los treinta y tantos años dependía todavía de sus padres.

Pensando en todo ello, Ramón se daba cuenta de que había cometido un error. ¿Cómo iba a decirle a su padre, cuando volviera, «He estado viviendo tres días en Madrid sin ayuda de nadie»? ¿De veras se ganaría su respeto con eso, o más bien el padre le acusaría de ser un inconsciente?

Los frutos secos le habían dado sed. Fue en busca de una fuente y bebió hasta que no pudo más. A esa hora, los visitantes del parque eran muchos. Se preguntó si toda aquella gente no comería. Luego recordó su aventura al irse sin pagar del restaurante. Así había empezado todo. ¿Por qué, ahora



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